Le ayudo con la venta de su propiedad
Mi padre me decía de vez en cuando que yo de mayor podía ser notario. Él tenía el ejemplo del suyo, que lo fue de Navalcarnero, de Bilbao y de Madrid. Tampoco es que me lo soltara muy a menudo ni nada. «Te sacas la oposición y a vivir», me decía, repitiendo la frase que probablemente había oído él en casa. Ninguno de los dos
seguimos los consejos paternos.
El abuelo tenía la notaría dos pisos más abajo de su casa. Debía de ser yo muy pequeño cuando bajaba para darle un recado de la abuela, que ya estaba la comida o algo por el estilo. Se ve que también intentaba ella inculcarme el oficio haciéndome visitar la notaría como quien no quiere la cosa. Lo único que recuerdo
realmente de aquellas incursiones es la bajada a todo correr por la escalera de mármol blanco, el chirriar de una puerta de madera gigantesca y la sensación de que había que moverse con mucho sigilo por aquel lugar.
Afortunadamente, desde que me convertí en agente inmobiliario empecé a frecuentar las notarías bastante más de lo que lo hacía en aquella época.
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